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Diócesis de San Isidro

DIOCESANAS

DESPEDIDA DE MONSEÑOR CASARETTO
Homilía de monseñor Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro 
en la misa de despedida de su misión episcopal 
(Catedral de San Isidro, 16 de marzo de 2012)

Queridos amigos:
El 19 de marzo se cumplirán 35 años que recibí la ordenación episcopal en Rafaela, diócesis en la que ejercí el ministerio hasta el año 1983 en que volví a San Isidro, primero como coadjutor de Monseñor Aguirre y después como obispo residencial. Hoy hago mías las palabras de Pablo a los Filipenses que encabezan esta carta y que fueron inspiradoras del lema que me acompañó a lo largo de mi ministerio episcopal: “Que la paz de Cristo reine en nuestros corazones”. Los sentimientos más profundos que creo que la gracia de Dios  suscita en mi corazón en estos tiempos, son una honda gratitud unida a una fuerte sensación de limitación.

Cuando con el pensamiento recorro mi vida, descubro una intensa intervención del Espíritu ya en mi Primera Comunión, día en que fui conciente, de una vez para siempre, del profundo amor que Jesús irradiaba en la Eucaristía. Ese hecho marcó mi vida. Luego en mi juventud  llegó el llamado al sacerdocio y cuando grande el episcopado. Como toda vida, la mía estuvo signada por luces y sombras, aciertos y errores. Pero fundamentalmente tengo una clara conciencia que el amor de Dios se antepuso a todos los acontecimientos y su gracia fue conduciendo mis pasos. Por eso la realidad de la Eucaristía, profundo misterio de la fe cristiana, y por tanto de los más desafiantes a nuestra visión humana, se hace aún más viva en mí en este tiempo. Eucaristía como
gratitud. Es el mismo Jesús el que desde mi corazón agradece al Padre y a las innumerables personas que el Señor puso en mi camino. El amor del Padre me alentó y me sostuvo. La fuerza del Espíritu hizo posible que las diversas pruebas que fueron apareciendo afirmaran aún más mi vocación. Y por gracia de Dios mi incipiente y débil amor a María en mis años jóvenes se fue transformando en una fuerte conciencia de su constante protección. María, la madre del Señor, la Madre de la Iglesia, título particularmente querido por mí, ha sido y sigue siendo la Madre que me asiste, me consuela y me conforta.

Me gustaría también decirles que la obra del Señor en mí, sobre todo en los hechos más
dolorosos, ha superado con creces lo que yo en mis años jóvenes hubiera podido imaginar sobre el amor de Dios.

Romano Guardini, en un librito sobre la Virgen, “La Madre del Señor”, dice que María,
después de Pentecostés, en sus últimos años, pudo interpretar mucho más plenamente el
significado de su vida y que con una profunda gratitud y cierto asombro, recordando el anuncio del Ángel habrá exclamado “con que era eso”. Salvando las infinitas distancias, al recordar la difícil situación del año 1958 cuando tuve que discernir mi vocación sacerdotal, yo también con inmensa gratitud y alegría hoy puedo decir: ¿con que era esto lo que Dios me pedía…? Ciertamente los hechos han superado las expectativas de felicidad que me movilizaban en aquella juventud.

¡Cuánta gratitud a Dios y a todos, absolutamente a todas las personas que El puso delante mío!

Corriendo el riesgo de alargar esta carta quiero nombrar en primer lugar a Mons. Oscar
Ojea, tercer obispo de San Isidro. En estos dos años que hemos compartido pudimos forjar una verdadera amistad cuyo centro ha sido y es el mismo Señor Jesucristo. Me alegra mucho que él sea ahora el obispo de todos ustedes. Mi profunda gratitud a los hermanos obispos, sucesores de los apóstoles con quienes he podido trabajar por la Iglesia y por nuestro país en estos treinta y cinco años. Nuestro país tiene un episcopado inquieto, apostólico, misionero, muy comprometido con las realidades argentinas.

La misión de un obispo sólo es posible  con la colaboración de los sacerdotes. La gran mayoría de los presbíteros de esta diócesis han sido ordenados por mí. Esto ha creado un lazo imborrable. Siento un profundo afecto y enorme valoración por todos ellos, y una honda gratitud porque siempre han estado conmigo en las pruebas. Espero y deseo en este tiempo futuro, suplir con mi oración por todos ellos, las carencias que de mi parte pudieran haber afectado nuestra relación.

En estos años pudimos concretar la profética decisión del Concilio Vaticano II, de restaurar el diaconado permanente. Mi gratitud a todos aquellos que avanzaron en esta decisión y a quienes me siento unido tan fuertemente por haberles conferido este sagrado ministerio.

Probablemente sea la vida religiosa el estado eclesial más probado de estos tiempos. He tratado de estar cerca de los consagrados y a todos ellos les agradezco haber trabajado juntos. Mi más cercano afecto a las Hermanas Misioneras  Diocesanas de María Madre de la Iglesia, que nacieron a la vida religiosa en el mismo año de mi ordenación episcopal, y a quienes siempre me he mantenido unido en su entrega y en sus deseos de santidad.

Creo sinceramente que en esta diócesis hay un laicado participativo y con notables inquietudes apostólicas. Me siento muy agradecido por tantas iniciativas y realizaciones que han dado vida a esta Iglesia Diocesana y fortalecido las diversas comunidades. De modo particular agradezco a Caritas Diocesana y a todos aquellos laicos comprometidos en los contextos de mayor pobreza.

Saludo también a los jóvenes. Los que fueron jóvenes en otros tiempos y los que son ahora jóvenes que siguen a Jesús y que han dado y dan a nuestra Iglesia fortaleza y esperanza. Ustedes han estado siempre unidos a mi sacerdocio desde el momento de mi ordenación.

En mis responsabilidades como obispo, tanto en el orden nacional como diocesano, he trabajado con innumerables personas comprometidas en el orden político y social. El diálogo ha sido el alimento esencial de esos vínculos. Al expresar mi gratitud a todos ellos formulo el deseo de que sean muchas más las personas que se comprometan por el bien común de nuestro país.

Quiero agradecer de modo particular a los representantes de culto, el orden nacional, el orden provincial. A los intendentes aquí presentes: Posse, Massa, Macri, Andreotti, a los que fueron intendentes antes, García y Amieiro, todos están aquí presentes. Muchas gracias por su presencia. Yo me atrevería a aconsejarle a los nuevos intendentes que restauren y fortalezcan el espacio del cono urbano norte. Creo que ustedes son hombres que salen de distintos partidos políticos y sería interesante, importante que en este cono urbano norte, gente que tiene distinto origen político puedan trabajar por el bien común, en un momento en que hay tanto enfrentamiento en la política,  qué bueno sería que el cono urbano norte pudiera dar un ejemplo a todo el país.

El contexto contemplativo de las hermanas benedictinas, quienes me han recibido con tanto afecto y en el que viviré estos años creo que será muy propicio para rezar por todos.

Por fin deseo compartir con ustedes el otro sentimiento que Dios suscita en estos años en mi corazón. Podría expresarlo con el salmista “Señor ¿qué es el hombre para que te fijes en él?... El hombre es igual que un soplo, sus días una sombra que pasa” (Salmo 143). Sentimientos de limitación y de muy honda necesidad de Dios. Creo que el Señor me concede esta gracia que me permite alejarme de las  tentaciones de vanidad o soberbia que constantemente nos acechan. Es una gracia que valoro mucho porque a lo largo de mi vida he tenido una autoestima muy fuerte.
Dios ha creído necesario que en este tiempo crezca en mí una conciencia mucho más viva de necesidad de su misericordia y su perdón que sigan sosteniendo mi ministerio.

Seguramente el Señor también permitirá que estos dos sentimientos encuentren más espacio de oración en mi vida. Estoy seguro que en su Providencia El sabe mejor que yo acerca de lo que será mi actividad en estos próximos años, pero de lo que estoy seguro es que El desea que rece aún más y que lo que físicamente no pueda realizar, porque las fuerzas sin duda disminuirán, lo supla por un mayor tiempo de contemplación. Que pueda yo también decir con San Pablo que “doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo” Flp.1,3 y “que siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron en la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora”. Pablo decía que “Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes  la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús.”Flp.1,4-6.

Por eso aplico a mí mismo y a todos ustedes estas palabras: “No nos angustiemos por nada, y en cualquier circunstancia, recurramos a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar nuestras peticiones a Dios. Entonces la paz  de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. Flp.4,6-7

Mons. Jorge Casaretto, obispo emérito de San Isidro